viernes, 20 de mayo de 2011

EL CARDÒN (noroeste argentino)


Hace mucho tiempo, aunque ya se practicaba la agricultura en los valles, la vida seguía siendo dura en los cerros y las punas, porque allí los pastorcitos sufrían la sed cuando marchaban tras sus rebaños.

Uno de esos pastorcitos se había enamorado de una joven como el pero hija del curaca, el jefe de la comunidad. Cada vez que regresaba a la aldea-después de una larga jornada en los cerros-, la saludaba desde lejos; y ella le sonreía, le sonreía...El curaca no quería ni oir del amor entre jóvenes. Soñaba con otro destino para su hija (Seguro el hijo de otro jefe), y odiaba al pastorcito. Quizás esa prohibición los acerco. El chico, un día, junto coraje y le hablo: la quería con todo su alma y no se resignaba a vivir sin ella. La joven también le confeso sus sentimientos, y, sabiendo de antemano la oposición que encontrarían, escaparon hacia la montaña.

A la mañana siguiente, muy temprano, cuando el muchacho debió marchar con los animales y el grupo de pastores, sus compañeros notaron su falta, pero partieron igual. Rato después, el jefe se levanto para iniciar la labor del día. Advirtió la ausencia de su hija y se sorprendió, porque ella nunca faltaba a esa hora. Algo malicio porque despacho un chaski al cerro para saber si el pastorcito había marchado con las llamas. ¡Y no le cupo duda! Convoco entonces a sus guerreros para salir en busca de los enamorados, apresarlos y darles su merecido.

Los jóvenes sospecharon que el airado curaca andaría tras ellos. Llevaban horas de delantera, pero conocían la firmeza y la capacidad del jefe y sus guerreros. Apelaron entonces a la Pachamama, la Madre de los Cerros, la protectora de los cultivos de maíz y de quinoa, la que ampara siempre a quienes le manifiestan su respeto. En lo mas alto del cerro cavaron un hoyito, depositaron en el los alimentos que llevaban y los cubrieron con piedras; allí mismo hicieron una apacheta, uno de estos altares a cielo abierto que en plena montaña reverenciaban a la madre generosa. Y cuando la apacheta había tomado forma y el curaca y sus guerreros trepaban la cuesta acercándose a los fugitivos, la apacheta se abrió como un manto protector y recogió en su regazo a los dos enamorados.

El airado jefe y sus hombres llegaron jadeantes a la cumbre, pero solo encontraron una apacheta recién hecha ¡Y ni rastros de los fugitivos! Tuvieron que volver a la aldea, y cuando el curaca finalmente se resigno, junto a la apacheta broto una nueva planta, hasta entonces desconocida, que en la sequedad de esas alturas formo un tronco grueso, espinudo, alto y recto y con sus brazos al cielo: ¡era el pastorcito convertido en cardon, agradeciendo para siempre a la Pachamama! Desde entonces, los que marchan por el cerro solo tienen que voltear un cardón para encontrar, en su esponjosa y jugosa madera que parece de papel, el agua que saciara la sed de hombres y animales.

Y cuando las nubes se amontonan y las montañas resuenan con el trueno que anuncia la tormenta, sobre el pecho verde del cardón nace una flor blanca para anunciar la lluvia que bendecirá la tierra: es ella, la enamorada, convertida en flor por la Pachamama.

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